Lo que os dejo aquí no es mio . . . . lo he leído, pero me ha gustado y algo me ha hecho pensar, así que lo comparto con vosotros para que también le deis al coco . . . . . .!!!!!
Najwa Nimri, con la voz ésa tan suya y su mirada profunda de femme fatale,
pregunta a Eduardo Noriega -mucho menos atractivo conforme una
(tendente a que le gusten los hombres maduros) va cumpliendo años y la
magia del celuloide petrifica los mismos rostros así pase una eternidad-
sobre la felicidad. “¿Qué es para ti la felicidad?”, le suelta justo antes de estrellarse con el coche en Abre los ojos. Y una, tendente también a comerse el coco por la felicidad propia y la ajena, recibe esta imagen como una metáfora de lo que nos pasa a diario. Sólo nos planteamos qué es la felicidad cuando nos vemos al borde del abismo.
Con los dos pies sobre la tierra nos da un poco igual si somos o no
felices. Estamos seguros. La felicidad no la vemos como una necesidad
básica. Y lo es, tanto como respirar. O debería.
Estos días todos son deseos de felicidad. “Feliz Navidad”, “Felices Fiestas”, “Feliz Año Nuevo”… Pero, ¿nos paramos realmente a pensar qué es para cada uno de nosotros la felicidad? ¿Qué sacrificamos por ella? O peor, ¿qué no sacrificamos que nos condena a ser infelices?
Voltaire, del que sabéis que soy fan por sus frases, decía que “buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una”. Así andamos la mayoría, como borrachos ansiosos. Superando una resaca tras otra. Dejándonos llevar y perdiendo en ocasiones la compostura.
Cuando somos jovencitos y nos pillamos
nuestras primeras borracheras, pensamos que la felicidad es un bien
eterno. Que un día nos tropezaremos con la felicidad y se quedará para
siempre con nosotros. Y nada de eso. Pasamos del deseo a la consumación y de ahí al hastío y a volver a desear otro objeto de felicidad. Nos acostumbramos. O quizás esté ahí la felicidad, en esperarla...
Y, ahora, a menudo u otras veces, cuando sabemos dónde está la felicidad nos venimos abajo y nos asustamos. (¿Será esto la madurez?). Ser felices implica dejar atrás mucho también. Renuncias, vacíos, soledad. Puede llegar un momento en el que, quizás, descubrimos que la felicidad se disfraza de algo que nos avergüenza, que nos condena, que nos hace sentir miserables. La felicidad puede llegar a ser ese vicio que escondemos, que no queremos -o no podemos- mostrar. Y nos seguimos enganchando, como alcohólicos. Mientras necesitemos la droga.
Estos días todo es, también, beber y comer y beber. Y brindar
por la felicidad. Yo brindaré por la mía, porque para ser feliz,
digamos lo que digamos, y esto da para otra entrada, hay que ser
egoístas. Alzaré, digo, mi copa por ella, aunque a veces sea una granhijadeputa que me martiriza y me putea, que me da, como una amante distraída, satisfacciones y me quita el sueño. Me emborracharé, una vez más, y lo que piense ebria será la prueba. ¿Lo intentamos? Los borrachos buscan la felicidad. Y no se mienten.