domingo, 6 de febrero de 2011

De la razón y del corazón . . .

Imponiendo una excesiva rigidez a la mente, Ilaria había suprimido en su interior la voz de corazón. De tanto discutir con ella, yo incluso tenía miedo de pronunciar esa palabra. En cierta ocasión, cuando era adolescente, le dije: "el corazón es el centro del espíritu". (. . . )

Actualmente el corazón hace pensar en seguida en algo ingenuo, adocenado. En mi juventud todavía se podía nombrar con desenvoltura; ahora en cambio es un vocablo que ya nadie utiliza. Las pocas veces que se lo nombra es tan sólo para aludir a su mal funcionamiento: no es el corazón por entero, sino solamente una isquemia coronaria, una leve patología auricular. Pero nadie alude a él, al hecho de que es el centro del alma humana. A menudo me he preguntado cuál podía ser la razón de este ostracismo. "Quien confía en su corazón es un mentecato", decía a menudo Augusto citando la Biblia. ¿Por qué habría de ser un mentecato? ¿Tal vez porque el corazón se parece a una cámara de combustión? ¿Porque allí dentro hay tinieblas, tinieblas y fuego? Tan moderna es la mente, como antiguo el corazón. Se piensa entonces que quien hace caso al corazón se aproxima al mundo animal, a la falta de control, mientras que quien hace caso a la razón se acerca a las reflexiones más elevadas. ¿Y si no fuesen así las cosas, si fuese verdad exactamente lo contrario? ¿Y si ese exceso de razón fuese lo que deja desnutrida a la vida?

                                       "Donde el corazón te lleve" Susanna Tamaro.

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